El Trotamundos Cap.4

Día 4.

Todo se ha sucedido con extremada celeridad desde mi último encuentro con vosotros. Mofletines comienza a adaptarse a los haceres y costumbres alicantinos, y yo trato de aprender cuanto me es posible sobre su especie, para poder afrontar con éxito la batalla que se avecina. Aunque Mofletines sólo habla cuando le doy de comer o lo llevo a tomar horchata, es harto risueño e inocentón, y en muchas ocasiones no me hace falta que diga ni pío para entrever los secretos de su ser, así como, por correlato, los que son de su condición.

El otro día, sin ir más lejos, caminábamos por la gran avenida de aquel rey de filósofos y traductores, él subido a mis hombros como suele hacerse con los niños que aún rondan la temprana infancia, cuando, al pasar por una orfebrería, tan abundantes por esa zona, me dio el sinvergüenza tal tirón de oreja, que casi me la descoyunta. Le pregunté qué mosca le había picado, mas él, tan obstinado como pequeño, se negó a pronunciar palabra hasta que le hubiera dado algo con que contentar su glotonería y contribuir a la conservación de sus mofletones. Esto lo hace apretando mucho los labios y frunciendo el ceño, con lo que da a entender que nada será dicho hasta la entrega de los víveres.

Dile una chocolatina, pues ahora siempre llevo conmigo un tentempié para estas ocasiones. La devoró de un bocado y, sin reparar en más cuidados, dijo que quería acercarse a esos expositores tan brillantes que teníamos frente a nosotros. Eran, por supuesto, los escaparates de la casa del orfebre. Sus manitas regordetas se posaron entonces sobre los cristales, con un afán iluminado de nostalgia, y vi que, del abono de la pena, le brotaban dos ovillines en los mofletes. Temíendo que una lágrima regara la incipiente tristeza, me apresuré a preguntarle qué le ocurría, y a qué venía tanto desasosiego en un día tan alegre como aquel. Esta fue su respuesta:

“En el reino de Puck el del Rubí, villano que desconoce las chocolatinas, nosotros, los enanos, tenemos por único oficio el de contemplar las piedras preciosas que lo cuajan todo de resplandores. Si aquí el mar es de agua, brava o pacífica, allá de zafiros se compone y mezcla con volcanes de rubís, selvas de esmeraldas y desiertos de perlas. De las paredes de roca brotan como lágrimas iridiscentes, formando estalactitas que al gotear reflejan universos de arco iris, grandes ríos que ascienden por fulgores de amatistas, interminables extensiones cromáticas, talladas como eso que vosotros los humanos hacéis en llamar aquí atauriques. Así es el reino de Puck, y por ello me entristece contemplar tan solitarios zafiros, perlas y rubís.”

Dejó escapar la última palabra con un suspiro y esbozó una sonrisa, lo que me hizo pensar que la capacidad de estos enanos para la tristeza es minúscula. Proseguimos el paseo por la ciudad hasta que sobrevino la noche, y nos retiramos a nuestra posada. Ahora, mientras escribo esto, urdo un plan para salvar a la feria de Alicante de los contemplativos ejércitos enanos. Los detalles los daré en el próximo capítulo. Esperad noticias de mí.

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