El Trotamundos. Cap 7.

Día 7.

Otra vez, oh, compañeros, se abalanza sobre mi pellejo la desgracia. Huía yo hacia las montañas, como ya advertí en el que iba a ser el último de los episodios de mi controvertida estancia en Alicante, cuando una banda de enanos voladores, gnomos enloquecidos, saltaron sobre mí desde sus luciérnagas, apresándome entre sus mofletes como si fuera una salchicha. Ahora me hallo en una de las tantas mazmorras que han dispuesto a lo largo y ancho de toda la ciudad. La roña y la mugre han atrofiado mis sentidos, pero por suerte todavía conservo unas manos ágiles y un sutil cerebro, y los medios para darles rienda suelta.

Me ceñiré a describir lo que vi en mi traslado desde el camino a las montañas hasta la ciudad, pues me llevaron a lomos de sus insectos voladores, dándole pleno sentido a aquella expresión “en volandas”, que hoy ya pocos emplearían. Nada más ascender a los cielos, percibí la invasión enana en su totalidad. Eran numerosos los invasores y estaban por todas partes. Sin embargo, no noté signos de destrucción alguna. Tampoco ningún griterío o síntoma del fragor de una batalla. Los enanos deambulaban por las calles perplejos, descubriendo un mundo nuevo, sin, al parecer, la más mínima intención de llevar a cabo las fechorías pronosticadas por Mofletines.

Una vez en tierra, pude hacerme una idea del cuadro completo. Por orden de Puck el Maligno, los enanos estaban apresando a todo buen viandante que no llevara una joya encima. Todo aquel que fuera enjoyado lo consideraban intocable, y se limitaban a contemplarlo hasta que desaparecía por el recodo de alguna calle. La manera en que hacen prisioneros los enanos es algo digno de mención. Nunca hasta ahora había visto cosa tan curiosa; y es que los sinvergüenzas se organizan en cuadrillas de cuatro y rodean a la persona, situándose dos delante y dos detrás, de forma que crean una suerte de cuadrado en cuyo interior queda el reo. Entonces, inflan sus mofletes con vehemencia y lo atrapan, tal y como hicieron conmigo en el camino a las montañas, quedando el inocente constreñido por sus mofletes salvajes. Así me arrastraron a mí hasta la mazmorra cuando tomamos tierra.

Poco más sé. El aturdimiento y la fatiga de la mofletada no me permiten escribir mucho más. Ahora me hallo acurrucado en una sombría esquina, preguntándome dónde estará Mofletines, no sabiendo aún de dónde sacar la purpurina con que engañar a los enanos, y así salvar la Feria del Libro de Alicante.

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